viernes, 22 de marzo de 2013

La historia de Carmelo Levante. 1


Morador de tierras fértiles y naturales, caminante de caminos nunca recorridos, maestro de verdades jamás aprendidas, Carmelo Levante era el más picho de la zona, cuentan las malas - y las buenas lenguas por sobretodo - que con solo mirar de costado fecundizaba a quién lo mire, indistintamente hombre o mujer, nadie escapaba a sus encantos heredados tal vez de Hugh Hefner, quién sabe ¿no?

Se dedicaba a la recolección de todo tipo de cosas, desde una cerilla de fósforos con el cual construía su parque de diversiones pirotécnicos, no tan seguras, pero divertidas al fin, hasta lo más que se puedan imaginar, no dejaba escapar casi nada. Su casa estaba hecha del más fino cartón de exportación de perfumes que le daban un aire diferente al ambiente, el techo copiado de planos franceses eran de tejas casi todas rotas, pero con una fina terminación que cuando llovía solo goteaba en las planteras del interior de la casa, el baño contaba con aire acondicionado central frio/caliente con vista a la calle, el wáter de la más fina terminación en ele minúscula y por supuesto, el espejado un poco roto pero con un cálido toque minimalista, en el comedor relumbraba una mesa de 7 patas donde los clavos mal herrumbrados le da un tenue ambiente confortable, las sillas de oficina sin rueditas ocasionan todo tipo de malabarismo al que intente sentarse, aun así  hacen juego con el piso alfombrado con los más diversos íconos famosos del mundo, “la mano de Dios”, “Garganta profunda” “Los Simpsons” etc. El quincho una fusión entre lo coloquial y anárquico hecho con la parrilla de un Mercedes Benz clase A y, de techo una antena satelital de los 90, hacen que los manjares tengan su propia vida en los paladares y ojos visitantes.

Carmelo Levante no era de esos tipos sobradores, más bien era tímido y un poco irresponsable a la vez, ya que según cuentan tenía como 12 hijos solo en la cuadra, reconocidos, y se calcula que otros 24 y tantos repartidos por todo el país, aunque esto último es a confirmar.

Tenía un gran secreto entre ceja y ceja y que pocos sabían, cuentan que con solo mirar conquistaba, así que, los que ya sabían, llevaban anteojos negros a cualquier parte para evitar ser “conquistados” por el amigo Levante.

Carmelo hacía honor a su apellido, así que todos los días tenía algún “levante”, ya sea de reciclaje o de amores. La gente del barrio le tenía un respeto enorme y contaban sus diversas anécdotas a boca llena, una de esas historias se las contaré en la segunda parte.
Hasta siempre.


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